En un mundo cada vez más cálido, dormir bien se ha vuelto un verdadero desafío. Cuando la temperatura supera los 30 grados centígrados durante la noche, el descanso se ve seriamente afectado, y con él, la salud física y mental de millones de personas. Numerosas investigaciones han confirmado que la temperatura ambiental es uno de los factores más decisivos para lograr un sueño reparador. Y en tiempos de crisis climática, el calor nocturno ya no es un problema ocasional, sino una amenaza persistente y creciente.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los golpes de calor son la principal causa de muerte relacionada con el clima. Pero incluso antes de llegar a estos extremos, el calor interfiere de forma insidiosa en el bienestar cotidiano. Dormir mal, o no dormir, debilita el sistema inmune, agrava enfermedades preexistentes —como la diabetes, el asma, los trastornos cardiovasculares y mentales— y puede generar accidentes, obesidad, trastornos metabólicos y un deterioro general en la calidad de vida.
El Instituto de Salud Global de Barcelona (Isglobal), junto con la Fundación CMCC, ha investigado cómo las desigualdades sociales intensifican el impacto del calor en entornos urbanos. En contextos donde el efecto «isla de calor urbana» convierte a las ciudades en verdaderas trampas térmicas, las personas con menos recursos, sin acceso a ventilación adecuada o sistemas de enfriamiento, están mucho más expuestas al estrés térmico y sus consecuencias. Entre 2000-2004 y 2017-2021, la mortalidad asociada al calor en personas mayores de 65 años aumentó un 85 %, reflejando la gravedad del fenómeno.
Uno de los ámbitos más afectados es, sin duda, el sueño. Investigaciones recientes han evidenciado que temperaturas por encima de los 25-30 °C durante la noche dificultan que el cuerpo regule su temperatura interna, condición necesaria para conciliar y mantener el sueño. La temperatura ideal para dormir se sitúa entre los 16 y 20 °C, un rango que favorece la termorregulación natural y promueve el descanso profundo. Cuando la habitación está demasiado caliente, el cuerpo no puede liberar calor con eficacia, se interrumpe el ciclo del sueño y se reducen las fases más reparadoras, como el sueño REM.
Este problema afecta tanto a quienes ya padecen insomnio como a quienes, en condiciones normales, duermen sin dificultad. Y no todos responden igual: los adultos mayores y los niños pequeños son más sensibles al calor, al igual que personas con ciertas condiciones de salud, como problemas circulatorios o desequilibrios hormonales. Además, la calidad de la ropa de cama, los colchones y el tipo de ventilación también influyen directamente en cómo se percibe la temperatura durante el sueño.
Ante este panorama, los especialistas recomiendan adaptar el entorno del descanso: elegir colchones y almohadas con materiales transpirables, utilizar sábanas ligeras, buscar ventilación cruzada o emplear ventiladores y aires acondicionados de bajo consumo. Las recomendaciones médicas apuntan a evitar que la temperatura ambiente supere los 20 °C durante la noche, especialmente en épocas de calor intenso.
A nivel global, la OMS impulsa la Red Mundial de Información sobre el Calor y sus Riesgos para la Salud, con el objetivo de promover la investigación, el intercambio de soluciones y los sistemas de alerta ante olas de calor. En colaboración con la Organización Meteorológica Mundial, esta red busca implementar políticas públicas que ayuden a mitigar los efectos del calor en la salud, con especial atención a los grupos más vulnerables.
Dormir bien es un pilar fundamental del bienestar humano. Y sin embargo, el calor extremo amenaza con arrebatar incluso esa necesidad básica. En un planeta donde las noches ya no son garantía de alivio, adaptarse no es solo una cuestión de comodidad: es una urgencia sanitaria.